Mariano
José de Larra representa una de las más altas figuras del panorama literario
español del XIX. Exponente del costumbrismo e impulsor del género ensayístico,
publica en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años.
Dentro de su aportación costumbrista,
vamos a valernos de este artículo titulado “El
casarse pronto y mal” publicado en El
pobrecito hablador el 30 de noviembre de 1832.
Aunque
pudiésemos pensar que este artículo, al igual que el resto de títulos
publicados por el autor madrileño, se centra en un tema concreto debido a su
reducida extensión, ocurre totalmente lo contrario. Estamos ante una
representación fidedigna de las dos caras de la moneda observables en el panorama
social español del momento. Por un lado, tenemos la España de ideas
conservadoras y tradicionales, del respeto a las costumbres y a lo que cada una
de ellas conlleva. Así la describe Larra:
“se rezaba diariamente el rosario,
se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de
labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se
estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que
entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja”.
Frente a ese sector poblacional, la otra
España, su antónimo de carácter moderno influenciado por las modas francesas
traídas a la península por el reinado josefino. Podemos valernos del siguiente
fragmento donde se contrapone todo lo anterior:
“esta segunda educación tenía tan
malos cimientos como la primera, se dejó de misas y devociones, sin saber más
ahora por qué las dejaba que antes por qué las tenía. Se había de educar como
convenía; que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las
manos, y qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las
luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio social en
que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el muchacho no necesitaba
para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran cosa de brutos, y que a
«papá» y «mamá» se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a
la que une a los padres con los hijos”.
Y
sumergidos en este ambiente divisorio, la educación más desenfadada y
afrancesada conllevó que dos jóvenes, después de haber pasado por todos los
pasos que el proceso amoroso conlleva, eso sí, de manera sumamente rápida,
contrajeran matrimonio sin importarles
su sustento futuro. Como dos enamorados, presos de su locura, se enfrentaron a
sus progenitores, venciendo el sentimiento que los adueñaba. Sin embargo, el
tiempo y las desgracias, cuando son continuas, por lo general, repercuten de
manera negativa en el amor, y éste se va volviendo rutinario, enfadado y
egoísta, hasta llegar a diluirse. Fue así como ella abandonó a su joven marido,
y en los brazos del engaño y el adulterio, murió con su amante tras ser
descubiertos.
El
amor conllevó la muerte del marido también, el cual despedía su vida por medio
de una carta cuya destinataria era su madre. Quizás, gran responsable de su
fatal destino. En definitiva, Larra habla superficialmente de una historia de
amor, que oculta una lección acerca de la enseñanza, el respeto a los mayores y
la madurez a la hora de tomar las decisiones que marcarán el destino del individuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario