Este artículo fue publicado el 30 de
noviembre de 1832 en El pobrecito
hablador; revista satírica de costumbres. En él, Larra plantea un
debate muy interesante en lo que concierne al comportamiento amoroso. Nos
presenta una narración de inspiración autobiográfica (Así como tengo aquel sobrino de quien he hablado en mi artículo de
empeños y desempeños…) en la que nos cuenta la lamentable tragedia de la
que ha sido víctima su sobrino Augusto.
Éste fue educado en Francia, en unos valores educativos y morales muy diferentes a los de
la España del momento; al morir su padre, Augusto vuelve con su madre a España,
y se enamora de una joven, de nombre Elena, con la que comienza una relación
amorosa. Pero los padres de Elena piensan que Augusto no es un hombre de
provecho para su hija, dado que el joven no tiene ningún oficio y, por tanto,
si ambos se terminan casándose, acabarían padeciendo estrecheces económicas.
Ante estas inconveniencias, los padres de ambos enamorados les prohíben a sus
respectivos hijos que se vean; ello no hace más que estallar la rebeldía de
Augusto y Elena, que acaban yéndose a vivir juntos gracias a una cantidad de
dinero que les había prestado un amigo de Augusto. Pronto empiezan los
problemas para los dos jóvenes enamorados; las estrecheces económicas provocan
numerosas discusiones entre ellos, de manera que Elena comienza una aventura
amorosa con el amigo de Augusto (el mismo que les prestaba dinero) y acaba
escapándose con él. El desenlace se
resuelve trágicamente: Augusto encuentra a los adúlteros fugados y los mata,
suicidándose él seguidamente.
A través de esta trama de entronque
amoroso, subyace una profunda reflexión sobre dos modelos amorosos,
fundamentados cada uno en pilares educativos diferentes, que se contraponen: el
primer modelo amoroso sería el más tradicional, basado en una educación
conservadora.
Éste era hijo de una mi hermana, la cual había
recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo: es
decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo,
se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de
los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de
Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la
mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa,
temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún
libro de los prohibidos, ni menos aquellas novelas que, como solía decir, a
pretexto de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio.
Este fragmento vendría a mostrar las
bases de esa educación conservadora sostenida en valores como la religiosidad,
la honestidad, la obligación, el respeto y el recato, entre otros. En función
de esta educación conservadora, se construye un código amoroso basado en las mismas ideas de recato, respeto, virtud, honestidad, etc. (dado que la concepción del amor normalmente es
el fruto de los valores educativos que se han recibido en el seno familiar). Frente a este modelo educativo y amoroso tradicional, se sitúa el representado
por Augusto. Éste, como dijimos anteriormente, fue educado en Francia y, por
tanto, ha recibido una educación mucho más progresista consistente en una mayor libertad
espiritual, de actuación y de pensamiento del individuo.
Leyó, hacinó, confundió; fue superficial,
vano, presumido, orgulloso, terco, y no dejó de tomarse más rienda de la que se
le había dado. Murió, no sé a qué propósito, mi cuñado, y Augusto regresó a
España con mi hermana, toda aturdida de ver lo brutos que estamos por acá
todavía los que no hemos tenido como ella la dicha de emigrar; y trayéndonos
entre otras cosas noticias ciertas de cómo no había Dios, porque eso se sabe en
Francia de muy buena tinta. Por supuesto que no tenía el muchacho quince años y
ya galleaba en las sociedades, y citaba, y se metía en cuestiones, y era
hablador y raciocinador como todo muchacho bien educado; y fue el caso que oía
hablar todos los días de aventuras escandalosas, y de los amores de Fulanito
con la Menganita, y le pareció en resumidas cuentas cosa precisa para hombrear
enamorarse.
Esta educación liberal explica que la
concepción del amor de Augusto no se ajuste a las coordenadas del código amoroso imperante
en la España del momento.
Por tanto, Larra nos está ofreciendo
un debate entre dos códigos amorosos, el tradicional-conservador, por un lado,
y el liberal, por otro. El autor parece no tomar partido por ninguno de los dos códigos o modelos,
como se deriva de sus propias palabras: (…)No diremos que esta educación fuese mejor ni peor que la del día(…)/Excusado
es decir que adoptó mi hermana las ideas del siglo; pero como esta segunda
educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como(…). En este sentido, Larra se muestra crítico con ambos modelos (el tradicional y el
liberal), aunque podríamos inferir, a partir del trágico desenlace del que son
víctimas los dos enamorados implicados en la trama amorosa de la historia, que
Larra estaría tomando una postura crítica hacia los nuevos modos de
sociabilidad y hábitos amorosos que
estaban entrando en España a raíz de la llegada de los franceses. Se podría
entender que la actuación de los dos enamorados, Augusto y Elena, serviría de “exemplum in contrarium”
para el lector; además, el mismo título del artículo nos da indicaciones de cuál puede ser
la posible postura de Larra ante este dilema: “Casarse pronto y mal” es un
título que muestra un claro desacuerdo por parte del autor sobre el modo en el que ha
actuado su sobrino en lo concerniente a los asuntos amorosos; Augusto no ha andado bien por la vida y, por eso, ha
acabado de manera tan trágica y penosa.
En este sentido, el texto se presta a
una posible interpretación según la cual Larra, a pesar de ser un hombre de ideología política de corte
liberal, muestra una cierta mirada melancólica al contemplar cómo se están
perdiendo, por vía de la modernidad y de los avances políticos e industriales de su época, ciertas costumbres y valores relacionados con los usos amorosos, educativos y sociales.



