miércoles, 27 de noviembre de 2013

FATÍDICA QUERELLA ENTRE DOS MODELOS AMOROSOS


               Este artículo fue publicado el 30 de noviembre de 1832 en El pobrecito hablador; revista satírica de costumbres. En él, Larra plantea un debate muy interesante en lo que concierne al comportamiento amoroso. Nos presenta una narración de inspiración autobiográfica (Así como tengo aquel sobrino de quien he hablado en mi artículo de empeños y desempeños…) en la que nos cuenta la lamentable tragedia de la que ha sido víctima su sobrino Augusto.  Éste fue educado en Francia, en unos valores educativos y morales muy diferentes a los de la España del momento; al morir su padre, Augusto vuelve con su madre a España, y se enamora de una joven, de nombre Elena, con la que comienza una relación amorosa. Pero los padres de Elena piensan que Augusto no es un hombre de provecho para su hija, dado que el joven no tiene ningún oficio y, por tanto, si ambos se terminan casándose, acabarían padeciendo estrecheces económicas. Ante estas inconveniencias, los padres de ambos enamorados les prohíben a sus respectivos hijos que se vean; ello no hace más que estallar la rebeldía de Augusto y Elena, que acaban yéndose a vivir juntos gracias a una cantidad de dinero que les había prestado un amigo de Augusto. Pronto empiezan los problemas para los dos jóvenes enamorados; las estrecheces económicas provocan numerosas discusiones entre ellos, de manera que Elena comienza una aventura amorosa con el amigo de Augusto (el mismo que les prestaba dinero) y acaba escapándose con él.  El desenlace se resuelve trágicamente: Augusto encuentra a los adúlteros fugados y los mata, suicidándose él seguidamente.

                A través de esta trama de entronque amoroso, subyace una profunda reflexión sobre dos modelos amorosos, fundamentados cada uno en pilares educativos diferentes, que se contraponen: el primer modelo amoroso sería el más tradicional, basado en una educación conservadora.

                Éste era hijo de una mi hermana, la cual había recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo: es decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los prohibidos, ni menos aquellas novelas que, como solía decir, a pretexto de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio.

              Este fragmento vendría a mostrar las bases de esa educación conservadora sostenida en valores como la religiosidad, la honestidad, la obligación, el respeto y el recato, entre otros. En función de esta educación conservadora, se construye un código amoroso basado en las mismas ideas de recato, respeto, virtud, honestidad, etc. (dado que la concepción del amor normalmente es el fruto de los valores educativos que se han recibido en el seno familiar). Frente a este modelo educativo y amoroso tradicional, se sitúa el representado por Augusto. Éste, como dijimos anteriormente, fue educado en Francia y, por tanto, ha recibido una educación mucho más progresista consistente en una mayor libertad espiritual, de actuación y de pensamiento del individuo.

               Leyó, hacinó, confundió; fue superficial, vano, presumido, orgulloso, terco, y no dejó de tomarse más rienda de la que se le había dado. Murió, no sé a qué propósito, mi cuñado, y Augusto regresó a España con mi hermana, toda aturdida de ver lo brutos que estamos por acá todavía los que no hemos tenido como ella la dicha de emigrar; y trayéndonos entre otras cosas noticias ciertas de cómo no había Dios, porque eso se sabe en Francia de muy buena tinta. Por supuesto que no tenía el muchacho quince años y ya galleaba en las sociedades, y citaba, y se metía en cuestiones, y era hablador y raciocinador como todo muchacho bien educado; y fue el caso que oía hablar todos los días de aventuras escandalosas, y de los amores de Fulanito con la Menganita, y le pareció en resumidas cuentas cosa precisa para hombrear enamorarse.

                Esta educación liberal explica que la concepción del amor de Augusto no se ajuste a las coordenadas del código amoroso imperante en la España del momento.

                Por tanto, Larra nos está ofreciendo un debate entre dos códigos amorosos, el tradicional-conservador, por un lado, y el liberal, por otro. El autor parece no tomar partido por ninguno de los dos códigos o modelos, como se deriva de sus propias palabras: (…)No diremos que esta educación fuese mejor ni peor que la del día(…)/Excusado es decir que adoptó mi hermana las ideas del siglo; pero como esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como(…). En este sentido, Larra se muestra crítico con ambos modelos (el tradicional y el liberal), aunque podríamos inferir, a partir del trágico desenlace del que son víctimas los dos enamorados implicados en la trama amorosa de la historia, que Larra estaría tomando una postura crítica hacia los nuevos modos de sociabilidad  y hábitos amorosos que estaban entrando en España a raíz de la llegada de los franceses. Se podría entender que la actuación de los dos enamorados, Augusto y Elena, serviría de “exemplum in contrarium” para el lector; además, el mismo título del artículo nos da indicaciones de cuál puede ser la posible postura de Larra ante este dilema: “Casarse pronto y mal” es un título que muestra un claro desacuerdo por parte del autor sobre el modo en el que ha actuado su sobrino en lo concerniente a los asuntos amorosos; Augusto  no ha andado bien por la vida y, por eso, ha acabado de manera tan trágica y penosa.

                 En este sentido, el texto se presta a una posible interpretación según la cual Larra, a pesar de ser un hombre de ideología política de corte liberal, muestra una cierta mirada melancólica al contemplar cómo se están perdiendo, por vía de la modernidad y de los avances políticos e industriales de su época, ciertas costumbres y valores relacionados con los usos amorosos, educativos y sociales.   
 
                                              

lunes, 25 de noviembre de 2013

Lo que la verdad esconde

El cuento Una nariz. Anécdota de carnaval pertenece a Manuel Bretón de los Herreros. Se trata del máximo representante de la comedia burguesa de la época romántica. A pesar de que se nos presenta una situación que podríamos considerar como usual y típica dentro del ámbito de la literatura española a lo largo de nuestra historia, Manuel Bretón de los Herreros nos introduce ante una variante del Romanticismo que se aleja de los parámetros típicos de esta corriente . Se trata del "juego" que lleva a cabo un galán para cortejar a una dama enmascarada, lo cual acaba con un desenlace totalmente inesperado. Estamos, por lo tanto, ante un relato divertido, escrito con sutileza y descaro.

A pesar de la insistencia por parte del galán y su afán de conseguir ver el rostro de la dama, hay momentos en los que incluso el delirio y la locura se apoderan del protagonista:

¿Eso más? ¡Oh, gloria! ¡Oh ventura! ¡Envidiadme mortales! ¡Dadme la lira, oh, musas! En este momento soy Píndaro, soy Tirteo...”.

Los halagos y los piropos son continuos en la boca del galán, aunque es la dama quien no se deja cortejar en primer momento ante la insistencia de él por conseguir que se quite la máscara a pesar de los halagos que éste ofrece a todas las partes que llega a ver:

¿No me está enamorando tu pie donoso y pequeñuelo? ¿No me revela mayores hechizos la palpitación de ese pecho celestial? ¿No me hieren los rayos de esos morenos ojos tan encantadores? Esas trenzas de ébano que forman tan hermoso contraste con la animada blancura de tu garganta(...)”.

En este ambiente tan romántico, bucólico, enamoradizo... con mucha delicadeza y juego de flirteo entre ambos personajes, ocurre algo inusual al final del texto. Se trata de las lamentaciones y la decepción que sufre al ver el “rostro” de la dama. A raíz de esto, la actitud del protagonista sufre un cambio brusco. Todo son lamentos:

La cólera me cegaba. Me faltaba tierra para huir, tropezaba en muebles, en personas, en mí mismo y me hubiera marchado a mi casa sin esperar el coche ni rescatar la capa(...)”.

Esto ocurre cuando Ella se descubre, quitándose la máscara pero manteniendo una nariz postiza. Ante su presumible fealdad, el protagonista se excusa y se aleja, poniendo fin a la conversación que antes había tenido con la dama. Finalmente la “serranita”, como él la llama, da una lección de moralidad al galán, se arranca la nariz y le muestra su verdadera imagen.

El rostro: dulce objeto de mis inspiraciones

“Mientras permanezca tapada estoy segura de oír en tu boca frases lisonjeras a que tal vez no estoy acostumbrada. Si desaparece de mi rostro el protector cendal, ¡adiós ilusión!”.

A pesar de ser de un autor que, cronológicamente, se situaría dentro de la estética romántica, Manuel Bretón de los Herreros nos presenta un tipo de Romanticismo que se aleja en gran medida de los parámetros de esta corriente. Un ejemplo de ello lo vemos en el cuento Una nariz. Anécdota de carnaval, donde el autor a pesar de ser romántico satiriza esta estética.

El lugar que elige el autor para  situar la trama será un baile de máscaras, donde un galán corteja a una dama enmascarada, a quien le suplica en numerosas ocasiones que le muestre el rostro. Son continuos los elogios que el galán lanza a la mujer, de la que asegura incluso sentirse atraído con solo oír su voz. Se trata de un texto donde abundan los diálogos, algo que facilita su lectura. A lo que se suma un lenguaje sencillo y ligero.

Numerosas son las críticas que el autor realiza a través de sus personajes: en el caso de la dama, los mayores ataques irán dirigidos a la figura masculina y a los que, como nuestro  protagonista, se ganan su fama como poetas. De los hombres se critica su superficialidad en el amor. La dama asegura que si permanece tapada seguirá oyendo elogios y halagos, de lo contrario, si se despoja del velo y él se percata de su supuesta fealdad, dejará de cortejarla. Asegura que: “la fealdad es para vosotros el mayor crimen de una mujer”.

Él en su insistencia por contemplar lo oculto de la serrana, llega incluso a prometerle que de ser fea nada podrá borrar los atractivos de su conversación, su voz, su gracia… Intenta hacerle ver que su rostro ha dejado de ser importante porque tiene otras cualidades que le han embelesado, y que no son necesariamente físicas.

Los poetas serán otro blanco de críticas, ya que los dibuja como idólatras, embusteros, a quienes no les hace falta llevar una máscara para mentir. El galán admite ser un complaciente con las mujeres, y eso es lo que la dama critica, esa actitud tan puesta al servicio de la mujer siempre y cuando ésta cumpla con los cánones de belleza.

El poeta, en cambio, critica lo fingidas que son las mujeres, aunque reconoce que la falta de sinceridad de ellas está causada por la tiranía de los hombres. Además, menciona el incansable deseo de agradar que tienen las mujeres, quienes muestran así su debilidad ante el género masculino.

La dama da una lección de moralidad al galán, engañándolo y haciéndole ver que todo lo que antes le prometió se reduce a nada una vez descubre que no es tan hermosa como él creía.

Bretón de los Herreros dota al texto de cierta comicidad, y a través de este aspecto ridiculiza el cortejo amoroso y el juego del coqueteo. 

Lo que esconde la apariencia

"¿Serás tú más indulgente que los demás hombres? ¿Estarás menos dominado que ellos por el amor propio? La fealdad es para vosotros el mayor crimen de una mujer"

El cuento Una nariz. Anécdota de carnaval pertenece a Manuel Bretón de los Herreros, el que fuera secretario de la Real Academia de la Lengua, autor de teatro y periodista, además de representante máximo de la comedia burguesa de la época romántica.

Suprimiendo el contenido del mismo, el texto nos presenta un tema atractivo y recurrente en toda nuestra literatura y que se presta a la reflexión del lector. Este no es otro que la supeditación del amor ante la atracción física. La literatura española se hace eco de esta temática puesto que gran parte de ella se centra en el cortejo previo al enamoramiento de los personajes. A esto debe de sumarse el distanciamiento que protagonizan los enamorados dentro del amor cortés debido al contexto social de épocas pasadas. Por tanto, dentro del regalar los oídos del hombre hacia la dama, muchas veces se resalta una infinidad de calificativos físicos acerca de la belleza femenina olvidándose la personalidad y el carácter de la amada.

De este modo, en el cuento que nos ocupa se alecciona al poeta, ya que una y otra vez suplica a la serrana, como él la llama, que le enseñe su rostro para así inspirar su poesía. Ella se lo descubre quitándose la máscara pero mantiene una nariz postiza bastante pronunciada. Ante su presumible fealdad, él poeta se excusa y pone fin a la conversación. Sin embargo, la serrana se arranca la nariz enseñándole su verdadera imagen. Estamos ante otro ejemplo de valorar más lo externo a lo interno dentro del amor literario.


En definitiva, ¿qué se produce antes: la atracción o el amor en su verdadero sentido? ¿Qué dura más: el físico o la belleza interior de la persona?

domingo, 24 de noviembre de 2013

Juego de máscaras

           A lo largo de las primeras décadas del siglo XIX, ya en los inicios del Romanticismo, nacieron en España diversas revistas de interés en vías de desarrollo y perfeccionamiento, en las cuales se solían publicar, entre otras cosas, ingeniosos cuentos y artículos. Tal sería el caso de El Artista, El Español, No me olvides o La Alhambra. Nos centramos en ésta última, la cual, publicada entre 1839-1843 y dotada de cierto carácter conservador, se inclinaba hacia el relato histórico, amoroso y moral. Los cuentos humorísticos ocupaban también un lugar importante y tomamos como máximo referente <<Una nariz>>, un cuento de Manuel Bretón de los Herreros que responde a una ocurrente anécdota establecida en un marco casi teatral por su diálogo. Es, al fin y al cabo, un relato muy divertido, escrito con mucha sutileza y un irrevocable descaro.

            Podríamos reducir su trama en las siguientes líneas… En un baile de máscaras, un poeta con la cara descubierta se sienta junto a una joven enmascarada, a la cual él llamará serranilla o amable serrana. Desde el comienzo, y sin conocerla, la piropea y la halaga, pero casi de inmediato le insiste en que se quite la máscara para poder contemplar su sublime belleza y hacerle versos. Ella se niega en rotundo alegando que bajo aquel disfraz se escondía su fealdad. Entonces, el poeta, no creyéndoselo del todo, le promete que, en el caso de que fuera así, no dejaría de adorarla por otras dotes, como su conversación, su voz, su afabilidad y su gracia. Finalmente, y entre risas, la muchacha se despoja de su máscara horrorizándolo con su nariz, y el poeta, casi petrificado por aquella monstruosidad, se despidió con un a los pies de usted, y luego huye despavoridamente. Poco después, la joven se acerca a él y le descubre que la nariz era falsa, en sí otra máscara, y, agarrada a un galante personaje, se despide con un frío y cruel beso a usted la mano.

            Se trata de un cuento que, a pesar de lo aparente, guarda mucho mensaje y mucha crítica si ahondásemos en él. No obstante, si nos concentramos en lo amoroso, vemos a relucir una verdadera burla dirigida a la figura del poeta y a sus necias e imprudentes palabrerías, y todo ello se pone en tela de juicio hasta caer en lo risible.  El poeta necesitaba contemplar la belleza exterior desde el principio para alcanzar la inspiración, actitud que juzgaríamos de superficial y engañosa, camuflada bajo cada una de sus continuas adulaciones y falsas promesas. A pesar de que incluso le perdona su fealdad y alaba otras cualidades, su terror ante aquella deformidad nariguda, a la hora de la verdad, denuncia su hipocresía y su artificio. Se da propiamente un juego de máscaras donde resulta interesante descubrir quién desenmascaraba a quién, si él a ella o ella a él.

            Todo girará en torno a un marco tradicional de amor cortés, y a lo largo del relato se evitará romper el hilo de su discurso. Así, bajo la expresión a los pies de usted, se esconde cierto respeto y cierta ironía, una falsa postración por parte del poeta.  Y en otra instancia, la expresión beso la mano de usted  favorece en el desenlace de la historieta un intercambio de papeles e incluso disimula una simpática y no menos mordaz represalia por parte de ella. La joven protagonista, siendo inteligente y buena escrutadora de la realidad, no caería en las redes de un simulado enamorado, y además salió bien airosa de la situación.

            << ¿Cómo pintar mi vergüenza, mi desespero, al ver tan preciosa criatura y al recordar la ligereza, la indiscreción, la iniquidad de mi conducta? Iba a pedirle mil perdones, a llorar mi error, a besar postrado el polvo de sus pies, pero la cruel dio el brazo a su pareja, me desconcertó con una mirada severa y desapareció diciéndome fríamente: beso a usted la mano.>>

UN AMOR TRÁGICO CIFRADO A TRAVÉS DEL LENGUAJE DE LAS FLORES


        
El cuento conocido como “La peña de los enamorados” aparece  publicado en octubre de 1836 en el Semanario pintoresco español, famosa revista madrileña que se edita desde 1836 hasta 1857, fundada por el célebre escritor costumbrista Mesonero Romanos.

Nos presenta la historia amorosa entre una mora, Zulema, y un cristiano cautivo, Don Fadrique de Carvajal. Se trata de una narración a cargo de un narrador omnisciente que cuenta la historia en tercera persona, aunque también se intercalan fragmentos en estilo directo que recogen las intervenciones de los personajes; el cuento está imbuido de motivos recurrentes de la literatura provenzal del amor cortés, tales como la brasa del amor (ignis amoriso el amor como cárcel  o cautiverio: “Y después, Fadrique, y después cuando el cautiverio de amor vino a aprisionarnos a ambos mas que el de tus hierros, cuando abrasados ambos en lo íntimo de nuestros corazones(…)”.

Uno de los aspectos más originales del cuento es el misterioso lenguaje amoroso que Zulema había enseñado a su amado Don Fadrique, un lenguaje basado en simbología y el significado de las flores.
 

 Incomprensible fue para D. Fadrique el ramo que Zulema dejó junto a la fuente: era el caballero tan diestro en disfrazar aquella especie de escritos, que ni el árabe mas galán pudiera aventajarle. Pero en aquella ocasión se molestaba en vano dando vueltas a aquel conjunto de flores, sin poder entender el arcano que en ellas se encerraba. Unos cuantos botones de siempre viva le indicaban la constancia de Zulema ; y luego una zarza rosa venia a recordarle su mala ventura; el colchico le decía claramente  "pasó el tiempo de la felicidad"; pero puesta a su lado una retama le infundía alguna esperanza; quería luego con mas ahínco penetrar el sentido, y entre mil insignificantes flores solo un crisócomo significaba algo "no hacerse esperar". Conoció pues que Zulema obligada a hacer aquel ramo en presencia del hagib, habría puesto en él mil cosas insignificantes solo por condescender con su molesto acompañante; pero con todo un heliotropo que descollaba en medio, le gritaba con muda voz, "yo te amo", y esto le consolaba.
 

Gracias a dos tallos de anagalida (una flor que simboliza "cita amorosa"), los dos enamorados pudieron encontrarse y escapar juntos. Así, Zulema consigue huir de las manos de su padre, quien quería entregarla en matrimonio a otro hombre al que ella no amaba.

Los corazones de ambos enamorados están abrasados por la llama del amor, un amor destinado a la tragedia. Este destino trágico se preludia desde el principio de la narración en el lema que está grabado en caracteres arábigos en la entrada del pabellón donde Zulema y Don Fadrique se encuentran: Morir gozando, que es precisamente la manera en que morirían Zulema y Don Fadrique. Descubiertos y acribillados por el padre de Zulema y sus hombres, ambos enamorados caen en la desesperación. Don Fadrique no tiene más salida que precipitarse al abismo; en cambio, Zulema tiene la posibilidad de salvarse, pero ella no concibe vivir sin Fadrique: ambos enamorados prefieren morir antes que estar separados. Resulta ésta una concepción muy romántica del amor, o el amor o la muerte, o todo o nada. De esta manera, Zulema se precipita también al vacío con su “cadáver vagando por el aire como el de una paloma herida de una flecha a  reposar junto al de aquel por quien había tantas veces jurado morir gozando".