Espronceda nos presenta a los
amantes haciendo una descripción detallada de cada uno. Comienza con él, Don
Félix de Montemar, de quien destaca su altanería, insolencia y osadía, entre
otros aspectos. Encontramos una identificación con el Don Juan Tenorio, de quien parece ser su sucesor. Su valentía más
que admirarse se castiga, ya que no se habla de él como un hombre valeroso en
la guerra o en asuntos de espadas, sino más bien en conflictos de amor, tema en
el que esa actitud tan insolente causa daños. Por ello, la descripción que hace
Espronceda sobre él difiere mucho de la que realiza sobre la figura de Elvira.
El autor describe así al atrevido estudiante:
Segundo
don Juan Tenorio
alma
fiera e insolente,
irreligioso
y valiente,
altanero
y reñidor,
[…]
En
los labios la ironía,
nada
teme y todo fía
de
su espada y su valor.
[…]
Que
su arrogancia y sus vicios,
caballeresca
apostura,
agilidad
y bravura
ninguno
alcanza a igualar.
A continuación manifiesta la
actitud que el estudiante adopta con las mujeres, a quienes dice despreciar y
dejar en el olvido una vez consigue su único fin, seducirlas.
Corazón
gastado, mofa
de
la mujer que corteja,
y
hoy despreciándola deja
la
que ayer se le rindió.
[…]
ni recuerda en lo pasado
la
mujer que ha abandonado,
ni
el dinero que perdió.
Una vez presentado el fingidor amante, como lo llama Espronceda,
será Elvira la próxima en mostrarse:
Bella
y más pura que el azul del cielo
con
dulces ojos lánguidos y hermosos
[…]
ángel puro de amor que amor inspira,
fue
la inocente y desdichada Elvira.
Desde el principio el autor nos
sitúa a Elvira como víctima y a Don Félix como el culpable de la desdicha de
ella. Abre su corazón al amor de un hombre que le miente y utiliza, aunque el
engaño venga disfrazado bajo un dulce amor: “la
miel falaz que de sus labios mana […] que oculto en la miel hierve el veneno”.
Su ilusión le nubla la razón, y
confía ciegamente en él, pues se confiesa satisfecha de su amante: “dulces caricias, lánguidos abrazos,
placeres que duran un instante que habrán de ser eternos imagina la triste
Elvira en su ilusión divina”. Destaca su virginidad y pureza de alma, que
hace que: “todo lo juzgue verdadero y
santo”. Encontró en él la razón de su existir: “cifró en Don Félix la infeliz doncella, toda su dicha de su amor
perdida”. Elvira suspira y llora al evocar su felicidad pasada, y se convierte
en un símbolo de mujer que creyó encontrar en el amor la satisfacción de sus
anhelos hacia lo infinito. El amor se concibe como ideal inalcanzable. La
pureza e ilusión de Elvira se convierten en el soporte del amor que siente,
pero la realización de este sentimiento engendra impureza. Lo que más alto hace
ascender al espíritu del hombre lleva en sí, inevitablemente, el germen de la
corrupción.
El amor en la obra se presenta como
un frenesí, un desvarío que conduce a Elvira a la blasfemia, a la negación. Esta
pasión será la que le haga delirar y anhelar “el bien pasado”, y sufrir por
“el dolor presente”.
La separación de los amantes será
otro tema tratado por Espronceda. Rompen su unión por voluntad de él, de Montemar,
quien decide abandonar a Elvira.
En el Estudiante de Salamanca el autor identifica a la joven con una
rosa, reflejo de la vida breve de estas flores. Las flores deshojadas son
símbolo de ilusiones perdidas:
Deshojadas
y marchitas,
¡Pobres
flores de tu alma!
Hojas
del árbol caídas
juguete
del viento son;
las
ilusiones perdidas
¡Ay!
Son hojas desprendidas
del
árbol del corazón.
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