domingo, 15 de diciembre de 2013

Elvira, amor del estudiante un día

Espronceda nos presenta a los amantes haciendo una descripción detallada de cada uno. Comienza con él, Don Félix de Montemar, de quien destaca su altanería, insolencia y osadía, entre otros aspectos. Encontramos una identificación con el Don Juan Tenorio, de quien parece ser su sucesor. Su valentía más que admirarse se castiga, ya que no se habla de él como un hombre valeroso en la guerra o en asuntos de espadas, sino más bien en conflictos de amor, tema en el que esa actitud tan insolente causa daños. Por ello, la descripción que hace Espronceda sobre él difiere mucho de la que realiza sobre la figura de Elvira. El autor describe así al atrevido estudiante:
Segundo don Juan Tenorio
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor,
[…]
En los labios la ironía,
nada teme y todo fía
de su espada y su valor.
[…]
Que su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar.

A continuación manifiesta la actitud que el estudiante adopta con las mujeres, a quienes dice despreciar y dejar en el olvido una vez consigue su único fin, seducirlas.
Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y hoy despreciándola deja
la que ayer se le rindió.
[…] ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió.
Una vez presentado el fingidor amante, como lo llama Espronceda, será Elvira la próxima en mostrarse:
Bella y más pura que el azul del cielo
con dulces ojos lánguidos y hermosos
[…] ángel puro de amor que amor inspira,
fue la inocente y desdichada Elvira.

Desde el principio el autor nos sitúa a Elvira como víctima y a Don Félix como el culpable de la desdicha de ella. Abre su corazón al amor de un hombre que le miente y utiliza, aunque el engaño venga disfrazado bajo un dulce amor: “la miel falaz que de sus labios mana […] que oculto en la miel hierve el veneno”.

Su ilusión le nubla la razón, y confía ciegamente en él, pues se confiesa satisfecha de su amante: “dulces caricias, lánguidos abrazos, placeres que duran un instante que habrán de ser eternos imagina la triste Elvira en su ilusión divina”. Destaca su virginidad y pureza de alma, que hace que: “todo lo juzgue verdadero y santo”. Encontró en él la razón de su existir: “cifró en Don Félix la infeliz doncella, toda su dicha de su amor perdida”. Elvira suspira y llora al evocar su felicidad pasada, y se convierte en un símbolo de mujer que creyó encontrar en el amor la satisfacción de sus anhelos hacia lo infinito. El amor se concibe como ideal inalcanzable. La pureza e ilusión de Elvira se convierten en el soporte del amor que siente, pero la realización de este sentimiento engendra impureza. Lo que más alto hace ascender al espíritu del hombre lleva en sí, inevitablemente, el germen de la corrupción.

El amor en la obra se presenta como un frenesí, un desvarío que conduce a Elvira a la blasfemia, a la negación. Esta pasión será la que le haga delirar y anhelar “el bien pasado”, y sufrir por “el dolor presente”.

La separación de los amantes será otro tema tratado por Espronceda. Rompen su unión por voluntad de él, de Montemar, quien decide abandonar a Elvira.

En el Estudiante de Salamanca el autor identifica a la joven con una rosa, reflejo de la vida breve de estas flores. Las flores deshojadas son símbolo de ilusiones perdidas:

Deshojadas y marchitas,
¡Pobres flores de tu alma!
Hojas del árbol caídas
juguete del viento son;
las ilusiones perdidas
¡Ay! Son hojas desprendidas
del árbol del corazón. 

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