domingo, 15 de diciembre de 2013

Puente hacia un nuevo héroe

            El “Don Juan” ha sido una estampa con muchísimo recorrido en el Romanticismo, especialmente, sirviendo de foco central para la dramaturgia del momento: Macías, de Larra, La conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa, Don Álvaro o la fuerza del sino, del duque de Rivas, El trovador, de García Gutiérrez, Los amantes de Teruel, de Hartzanbusch, o incluso El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda. No obstante, José Zorrilla dará un sorprendente vuelco a dicho personaje en su Don Juan Tenorio, como veremos.

            Desde el principio, Zorrilla concibió su obra intensamente cristiana, en comparación  con el resto de representaciones paganas del romanticismo de su época, y ello lo observamos abiertamente desde la concepción del amor por parte del autor. En el Don Juan Tenorio, el amor romántico comienza adoptando forma de poder, rebelión y fuego, así como una liberación de los poderes del Antiguo Régimen. Sin embargo, lo que Zorrilla acabará defendiendo no es el incendio de amor, ni el volcán violento, pese a que ello tenga mucha presencia en el alma del drama, sino que apuesta por el concepto tradicional de amor puro, casto y espiritual del Antiguo Régimen. De este modo, en el desenlace descubrimos la salvación redentora no sólo ya de un amor romántico, sino más bien de una sociedad ordenada y de una salvación cristiana de la misma. Así pues, hay algo más que pasión y rebeldía desenfrenada.

            Para nuestro análisis, nos centraremos fundamentalmente en nuestro “Don Juan”, en don Juan Tenorio. En un principio, somos testigos de unos versos que lo retratan según el canon de héroe romántico: es, ante todo, un rebelde por naturaleza, además de orgulloso y egocéntrico; ama a muchas mujeres, mata por gusto, no acepta las restricciones sociales (representadas por ejemplo en las potestades de don Diego y don Gonzalo); lo motivan la arrogancia, el lujo, la codicia y la aventura; desafía a quien sea para alcanzar sus metas, sin respetar ni temer a nada ni a nadie; a veces se ve en necesidad de ir embozado para huir de las autoridades, etc. Sin embargo, advertimos poco a poco puntos que lo separan de este prototipo romántico: por ejemplo, tiene fortuna y prestigio, y al principio no es presentado como un personaje noble, obediente e inocente, sino que se expone su maldad, sus crímenes y sus pecados, sin tapujos; se muestra al personaje tal cual es:

                       Por donde quiera que fui,               Yo a las cabañas bajé,
                               la razón atropellé,                             yo a los palacios subí,
                               la virtud escarnecí,                            yo los claustros escalé,
                               a la justicia burlé                                y en todas partes dejé
                               y a las mujeres vendí.                        memoria amarga de mí.

            No obstante, lo que realmente distinguirá a Don Juan Tenorio, a diferencia de los otros “Don Juanes”, es la novedosa actitud que tomará a partir de las últimas escenas de la primera parte y toda la segunda parte, consecuencia de la vuelta al Antiguo Régimen por parte del autor, que pretende transmitir un mensaje confortable y religioso.   La trayectoria de nuestro protagonista circulará del mal al bien, de lo negativo a lo positivo, de la frustración a la esperanza, de la criminalidad a la bondad, de la insurrección a la humildad, al contrario que los tradicionales héroes románticos y contemporáneos a él.

            Por otro lado, su memorable arrepentimiento al final, que cancela la rebelión romántica y lo transforma paradójicamente en ángel, mensajero de la esperanza y de la Buena Nueva.  Don Juan es víctima, podríamos llegar a decir que hasta mártir, no sólo de un amor ardiente y apasionado, más tarde incontrolable y violento, sino también de su naturaleza, de un destino trágico en el fuego infernal.  Cuando entra en el panteón de su familia, ese volcán de amor sufre una serie de transformaciones: parte de ser una imagen cuyo poder lo amenaza y confunde a luego convertirse en un fuego purificado y en cierto modo místico por la Fe sólo gracias a su arrepentimiento y a la intervención redentora de doña Inés. Y es que lo único que puede dominar el fuego volcánico y explosivo es la vuelta al bien, al amor espiritual y divino.

                ¡Aparta, piedra fingida!                                                   da a un alma la salvación
                suelta, suéltame esa mano,                                              de toda una eternidad,
                que aún queda el último grano                                        yo, Santo Dios, creo en Ti;
                en el reló de mi vida.                                                        si es mi maldad inaudita,
                Suéltala, que si es verdad                                                tu piedad es infinita…
                que un punto de contrición                                             ¡Señor, ten piedad de mí!


            A modo de conclusión, señalemos que, aunque no a simple vista, don Juan Tenorio jugó un papel realmente trascendente en la renovación de la figura predeterminada del protagonista romántico, aceptando y adoptando en sí y para sí todo aquello contra lo que luchaba el héroe contemporáneo a él.  Es, en definitiva, el paso del héroe romántico al gentilhombre que navega a contracorriente, surcando los océanos literarios del incipiente siglo XIX.


No hay comentarios:

Publicar un comentario