miércoles, 4 de diciembre de 2013

Verdadera y terriblemente enamorados:

Será en El Pobrecito Hablador donde encontraremos este artículo de Mariano José de Larra, al que tituló El casarse pronto y mal. Larra a partir de esta triste anécdota nos presenta el tema de la educación desde dos puntos de vista distintos: el tradicional (reflejado en este artículo a través del ejemplo de España) y el liberal (presentado en Francia).

Inicialmente el autor nos presenta el modo de vida que a su hermana le inculcaron en su niñez y posterior adolescencia, modelo que dista mucho del que se impartía en otras naciones europeas. La joven pronto abandonará el modelo educativo español para ajustarse a otro completamente distinto, el que por aquel entonces se observaba en Francia. Por tanto, se enfrenta así la manera de educar que desarrollan ambas naciones.

Aunque a lo largo del relato Larra parezca posicionarse más en el modo liberal francés que en el conservador español, al final deja constancia de que sería un error decantarse por alguno, puesto que: “cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su cara”.

Ninguno de los dos modelos queda exento de crítica, el más conservador desde la mirada de Larra es visto como: “la opresión doméstica de aquellos terribles padres del siglo pasado”, y al que se acerca más al liberalismo se le critica la excesiva despreocupación: “la despreocupación es la primera preocupación de este siglo”.

Larra nos describe así la educación que se daba en España no hacía ni un siglo: “en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor…”  A esto añade el modo en el que los hijos se dirigían a sus padres, a quienes debían manifestarles un excesivo y profundo respeto dirigiéndose a ellos como señor padre. Esto difiere mucho de la manera francesa, donde: “a papá y a mamá se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos”.

Ese señor padre, nos recuerda el autor que se mostraba temeroso ante la idea de que cayera en manos de una de sus hijas algún libro de los que consideraban prohibidos, cualquier manuscrito que pusiera al desnudo el vicio.

Emigrar a Francia hace que la hermana reciba otra educación completamente opuesta a la ya recibida, aunque como bien afirma Larra: “esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera”. Ahora bien, al emigrar a Francia y tener un hijo, éste se educará siguiendo las costumbres francesas. Él sí que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos. Además, la religión se le haría llegar como “un convenio social en que solo los tontos entraban de buena fe”, y a su vez como algo innecesario para guiarse por el buen camino. De Francia traen, entre otras, noticias de la no existencia de Dios, pensamiento que se opone al existente en un país puramente católico como España.

El amor es considerado en el artículo como la mayor desgracia que le puede ocurrir a Augusto. En la manera de juzgar a Elena se palpa cierto machismo, ya que al narrador le parece pertinente resaltar el hecho de que no sepa gobernar una casa. Sin embargo, se trata de una joven que disfruta de bastante libertad, pues tiene como distracción la lectura de novelas (hecho que contrasta con la prohibición antes citada) y el piano. Todo esto hace que los parientes de Augusto vean fatalidad donde ellos ven amor.

A pesar de todo la joven pareja termina uniéndose en matrimonio, pero “el amor no alimenta, y era indispensable buscar recursos”. Las penurias económicas llevan a los reproches y todo termina apagando la antigua llama que les unió. Larra critica así la impaciencia amorosa que a veces conduce a tomar decisiones precipitadas, y por ello, equivocadas. Y un ejemplo de estas decisiones que terminan provocando el desastre, será el propio título. Larra critica la pronta y rápida decisión de los jóvenes de unirse en matrimonio, error que más tarde pagarán con su muerte.


En cuanto al tema amoroso, encontramos dos momentos: uno inicial, donde los amantes luchan contra cualquier impedimento (la oposición familiar, el dinero…) y se muestran ilusionados: “Hubo guiños y apretones desesperados de pies y manos, y varias epístolas […] y a los cuatro días se veían los inocentes por la ventanilla de la puerta”. Y otro más adelante, con el paso de los años, cuando las privaciones han roto la venda que ofuscaba la vista de los infelices. Su amor se ha deteriorado, y así lo manifiestan: “sus ojos brillantes se han marchitado, su talle perdió sus esbeltas formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas […] Augusto no es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, es un holgazán, celoso y soberbio, déspota y no marido”. A este desencanto le siguen las infidelidades de ambos, y todo termina desembocando en una tragedia. Tras descubrir a su esposa infiel, Augusto reconoce haber cumplido con ella “la venganza más completa”. Y así, con la muerte de ambos, Larra dará fin a esta dramática trama amorosa.  

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