Será en El Pobrecito Hablador donde encontraremos este artículo de Mariano
José de Larra, al que tituló El casarse
pronto y mal. Larra a partir de esta triste anécdota nos presenta el tema
de la educación desde dos puntos de vista distintos: el tradicional (reflejado
en este artículo a través del ejemplo de España) y el liberal (presentado en
Francia).
Inicialmente el autor nos presenta
el modo de vida que a su hermana le inculcaron en su niñez y posterior adolescencia,
modelo que dista mucho del que se impartía en otras naciones europeas. La joven
pronto abandonará el modelo educativo español para ajustarse a otro
completamente distinto, el que por aquel entonces se observaba en Francia. Por
tanto, se enfrenta así la manera de educar que desarrollan ambas naciones.
Aunque a lo largo del relato Larra
parezca posicionarse más en el modo liberal francés que en el conservador
español, al final deja constancia de que sería un error decantarse por alguno,
puesto que: “cada siglo tiene sus
verdades, como cada hombre tiene su cara”.
Ninguno de los dos modelos queda
exento de crítica, el más conservador desde la mirada de Larra es visto como: “la opresión doméstica de aquellos terribles
padres del siglo pasado”, y al que se acerca más al liberalismo se le
critica la excesiva despreocupación: “la
despreocupación es la primera preocupación de este siglo”.
Larra nos describe así la educación
que se daba en España no hacía ni un siglo: “en
casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa
todos los días, se trabajaba los de labor…” A esto añade el modo en el que los hijos se
dirigían a sus padres, a quienes debían manifestarles un excesivo y profundo respeto
dirigiéndose a ellos como señor padre. Esto
difiere mucho de la manera francesa, donde: “a
papá y a mamá se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la
que une a los padres con los hijos”.
Ese señor padre, nos recuerda el autor que se mostraba temeroso ante la
idea de que cayera en manos de una de sus hijas algún libro de los que consideraban
prohibidos, cualquier manuscrito que
pusiera al desnudo el vicio.
Emigrar a Francia hace que la
hermana reciba otra educación completamente opuesta a la ya recibida, aunque
como bien afirma Larra: “esta segunda
educación tenía tan malos cimientos como la primera”. Ahora bien, al
emigrar a Francia y tener un hijo, éste se educará siguiendo las costumbres
francesas. Él sí que podría leer sin
orden ni método cuanto libro le viniese a las manos. Además, la religión se
le haría llegar como “un convenio social
en que solo los tontos entraban de buena fe”, y a su vez como algo
innecesario para guiarse por el buen camino. De Francia traen, entre otras,
noticias de la no existencia de Dios, pensamiento que se opone al existente en
un país puramente católico como España.
El amor es considerado en el artículo como la mayor desgracia que le
puede ocurrir a Augusto. En la manera de juzgar a Elena se palpa cierto
machismo, ya que al narrador le parece pertinente resaltar el hecho de que no sepa gobernar una casa. Sin embargo,
se trata de una joven que disfruta de bastante libertad, pues tiene como
distracción la lectura de novelas (hecho que contrasta con la prohibición antes
citada) y el piano. Todo esto hace que los parientes de Augusto vean fatalidad
donde ellos ven amor.
A pesar de todo la joven pareja
termina uniéndose en matrimonio,
pero “el amor no alimenta, y era
indispensable buscar recursos”. Las penurias económicas llevan a los
reproches y todo termina apagando la antigua llama que les unió. Larra critica
así la impaciencia amorosa que a veces conduce a tomar decisiones precipitadas,
y por ello, equivocadas. Y un ejemplo de estas decisiones que terminan
provocando el desastre, será el propio título. Larra critica la pronta y rápida
decisión de los jóvenes de unirse en matrimonio, error que más tarde pagarán con
su muerte.
En cuanto al tema amoroso, encontramos dos momentos: uno inicial, donde los
amantes luchan contra cualquier impedimento (la oposición familiar, el dinero…)
y se muestran ilusionados: “Hubo guiños y
apretones desesperados de pies y manos, y varias epístolas […] y a los cuatro
días se veían los inocentes por la ventanilla de la puerta”. Y otro más
adelante, con el paso de los años, cuando las
privaciones han roto la venda que ofuscaba la vista de los infelices. Su
amor se ha deteriorado, y así lo manifiestan: “sus ojos brillantes se han marchitado, su talle perdió sus esbeltas
formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas […] Augusto no
es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, es un holgazán,
celoso y soberbio, déspota y no marido”. A este desencanto le siguen las
infidelidades de ambos, y todo termina desembocando en una tragedia. Tras
descubrir a su esposa infiel, Augusto reconoce haber cumplido con ella “la venganza más completa”. Y así, con
la muerte de ambos, Larra dará fin a esta dramática trama amorosa.
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