Quizá nos ocurra lo mismo cuando
procuramos dar forma a algo, pues irán influyendo en nosotros diversos
elementos a la hora de forjarla. Ello sucede con la mayoría de las cosas en
nuestro día a día y también sucedió en su momento cuando José de Espronceda
elaboró El Estudiante de Salamanca.
Con esto nos referimos a los diversos escritores, libros y leyendas que penetraron
por completo o como casi de reojo en la creación de dicha obra, tales como los
mitos del Burlador, del estudiante Lisardo, del Don Juan Tenorio y de Miguel
Mañara; los libros San Franco de Sena,
de Moreto, El Rufián dichoso, de
Cervantes, y el Don Juan, de Byron,
entre muchos otros. Todo ello constituyó una enriquecida fuente de inspiración
que orientaría a Espronceda en la senda hacia su objetivo final, hacia su
intrépida obra “donjuanesca”, en pleno Romanticismo español.
Después de lo anteriormente dicho,
me cabe insinuar que mi interpretación, fuera a parte de que es la que yo le
de, estará si a caso ligeramente alimentada y modelada por las ya existentes.
Ahora bien, seguirá siendo mi elección y mi punto de vista, por tanto.
Podemos partir de muchísimos puntos
y aspectos del cuento: actitud de Elvira ante la pasión, destino de D. Diego de
Pastrana y de D. Félix de Montemar, maniqueísmo, cielo, infierno, engaño a los
ojos del lector, espacios de niebla en el poema, etc. Y así podríamos seguir.
Sin embargo, comenzaremos por el final:
[…] que era pública voz
que llanto arranca
del pecho pecador y
empedernido,
que en forma de mujer y
en una blanca
túnica misteriosa
revestido,
¡aquella noche el diablo
a Salamanca
había, en fin, por
Montemar venido!!...
Y si, lector, dijeredes ser comento,
como me lo contaron te lo cuento.
Bajo mi perspectiva, podemos aceptar
lo que nos desvelan estos últimos versos y percibir que aquella dama era en
realidad el diablo disfrazado que se llevaría a don Félix de Montemar, lo cual
identificaríamos como la versión más tradicional y popular; o bien, podemos
también ahondar un poco más y tropezarnos con las diversas contradicciones y
con esa mezcolanza de imágenes entre infierno, tierra y cielo, entre unos
personajes y otros, entre realidad y fantasía sobrenatural…
En cualquier caso, sólo me cabe
deducir que se nos presenta una figura que lucha empedernidamente y sin
arrepentimiento alguno por caminar a contracorriente, pese al destino que esta
actitud le conduzca: ya a volar libremente por el mundo, ya a cometer
atrocidades como romper corazones llenos de inocencia y pureza, ya a estar
confinado a una novia cadáver en aquel submundo por su impiedad, arrogancia,
incredulidad y prepotencia.
Segundo
don Juan Tenorio
alma
fiera e insolente,
irreligioso
y valiente
altanero
y reñidor,
siempre
el insulto en los ojos
en
los labios la ironía,
nada
teme y todo fía
de
su espada y su valor
[…]
En Salamanca famoso
por
su vida y buen talante,
al
atrevido estudiante
le
señalan entre mil;
fueros
le da su osadía,
le
disculpa su riqueza,
su
generosa nobleza,
su
hermosura varonil.
Que su arrogancia y sus vicios,
caballeresca
apostura,
agilidad
y bravura
ninguno
alcanza a igualar;
que
hasta en sus crímenes mismos,
en
su impiedad y altiveza,
pone
un sello de grandeza
don
Félix de Montemar.
Es, al fin y al cabo, una estampa
que representa con bravura y agudeza el papel de hombre romántico que se revela contra la divinidad y vaga
rompiendo los silencios en una sociedad sepulcral y fantasmagórica,
contradictoria, yerta y muerta para él.

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