Se nos retrata un amor que se ve
imposibilitado no tanto por las circunstancias como por la propia voluntad del
“Don Juan” de nuestro cuento. Sin embargo, es y será hasta el desenlace un amor
que, pese a todo, permanecerá vivo, al menos por parte de ella, de Elvira,
desdichado ángel puro de amor. Nuestra protagonista cedió en su día a la pasión
de don Félix y luego quedó a solas con su desierto, en una esfera yerma y árida
que aspiró a desolar sus ilusiones, sentimientos y esperanzas que tan sólo la
muerte supo únicamente acallar, pues no obstante ella parece perdonarle su
indiferencia y lo ama a pesar del daño que la llevó a morir por amor. Se entona así un canto de amor pasional y
angustioso, desdichado, desesperado e inalcanzable que sin embargo no acaba
por consumirse nunca en el corazón de Elvira, dando fin a su vida terrenal:
¡Qué me valen tu calma y tu terneza, “Y si tal vez mi lamentable
historia
tranquila noche, solitaria luna, a tu memoria con
dolor trajeres,
si no calmáis del hado la crudeza, llórame, sí; pero
palpite exento
ni me dais esperanza de fortuna! tu pecho de roedor remordimiento.
¡Qué me valen la gracia y la
belleza, “Adiós por siempre, adiós: un breve instante
y amar como jamás amó ninguna, siento de vida, y en mi pecho el fuego
si la pasión que el alma me devora
aun arde de mi amor; mi vida errante
la desconoce aquel que me encanta!
[…]”.
De ahí que vinculemos, ya
inevitablemente, al amor con la misma muerte y con la misma vida, como advertimos a continuación:
Murió de amor la desdichada Elvira, Una ilusión acarició su mente,
cándida rosa que agostó el dolor, alma celeste para amar nacida;
süave aroma que el viajero
aspira era el amor de su
vivir la fuente,
y en sus alas el aura arrebató. estaba junto a su ilusión su vida.
[…]
Si deducimos que aquella disimulada
figura esquelética y engalanada que se le presenta a don Félix no es el diablo
disfrazado sino la propia Elvira, entonces ello nos justificaría el culmen del
amor hasta entonces aplacado, un final feliz, al menos para ella, a través del
reencuentro con su amado, haciéndose literalmente su esposa.
[…] Se acerca y le dice, su diestra
tendida, que enlaza en sus
brazos dichosa,
que impávido estrecha también
Montemar: por siempre al esposo
que amó.
“Al fin la palabra que disteis,
cumplida, Su boca a su boca se junte,
doña Elvira, vedla, vuestra esposa
es ya: y selle su eterna
delicia,
[…]” süave, amorosa caricia
“Cantemos, dijeron sus gritos, y lánguido beso de amor.
la gloria, el amor de la esposa, […]”
Podríamos correr el jugoso riesgo de
interpretar este amor con resultados del todo macabros en su desenlace, como podemos
observar en los mismos versos de este poema narrativo.
A modo de conclusión, extraemos la
idea del amor como superviviente de las tormentas del desamor y de las lluvias
tempestuosas del desengaño; un amor tan sólo nutrido de la esperanza y la espera.

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