lunes, 9 de diciembre de 2013

Supervivencia de un amor sempiterno

           En El Estudiante de Salamanca, poema escrito por José de Espronceda y publicado en 1840, el amor es un asunto, sin duda, muy palpable a través de cada verso cual pétalo de rosa, cual lágrima que se desliza.  El hecho amoroso es una realidad presente fundamentalmente en Elvira, víctima del amor, la pasión, la trágica espera y el abandono; y por otro lado también en don Félix, personaje indiferente a las consecuencias de sus seducciones y sus conquistas, y en realidad ajeno a absolutamente todo.

            Se nos retrata un amor que se ve imposibilitado no tanto por las circunstancias como por la propia voluntad del “Don Juan” de nuestro cuento. Sin embargo, es y será hasta el desenlace un amor que, pese a todo, permanecerá vivo, al menos por parte de ella, de Elvira, desdichado ángel puro de amor. Nuestra protagonista cedió en su día a la pasión de don Félix y luego quedó a solas con su desierto, en una esfera yerma y árida que aspiró a desolar sus ilusiones, sentimientos y esperanzas que tan sólo la muerte supo únicamente acallar, pues no obstante ella parece perdonarle su indiferencia y lo ama a pesar del daño que la llevó a morir por amor.  Se entona así un canto de amor pasional y angustioso, desdichado, desesperado e inalcanzable que sin embargo no acaba por consumirse nunca en el corazón de Elvira, dando fin a su vida terrenal:

            ¡Qué me valen tu calma y tu terneza,                “Y si tal vez mi lamentable historia

            tranquila noche, solitaria luna,                           a tu memoria con dolor trajeres,

            si no calmáis del hado la crudeza,                       llórame, sí; pero palpite exento

            ni me dais esperanza de fortuna!                      tu pecho de roedor remordimiento.

            ¡Qué me valen la gracia y la belleza,     “Adiós por siempre, adiós: un breve instante

            y amar como jamás amó ninguna,                    siento de vida, y en mi pecho el fuego

            si la pasión que el alma me devora                  aun arde de mi amor; mi vida errante

            la desconoce aquel que me encanta!                 […]”.


            De ahí que vinculemos, ya inevitablemente, al amor con la misma muerte y con la misma vida, como advertimos a continuación:

            Murió de amor la desdichada Elvira,        Una ilusión acarició su mente,

            cándida rosa que agostó el dolor,            alma celeste para amar nacida;

            süave aroma que el viajero aspira             era el amor de su vivir la fuente,

            y en sus alas el aura arrebató.                 estaba junto a su ilusión su vida.

            […]


            Si deducimos que aquella disimulada figura esquelética y engalanada que se le presenta a don Félix no es el diablo disfrazado sino la propia Elvira, entonces ello nos justificaría el culmen del amor hasta entonces aplacado, un final feliz, al menos para ella, a través del reencuentro con su amado, haciéndose literalmente su esposa.

            […] Se acerca y le dice, su diestra tendida,           que enlaza en sus brazos dichosa,

            que impávido estrecha también Montemar:         por siempre al esposo que amó.

            “Al fin la palabra que disteis, cumplida,              Su boca a su boca se junte,

            doña Elvira, vedla, vuestra esposa es ya:             y selle su eterna delicia,

            […]”                                                                       süave, amorosa caricia

            “Cantemos, dijeron sus gritos,                             y lánguido beso de amor.

            la gloria, el amor de la esposa,                              […]”


            Podríamos correr el jugoso riesgo de interpretar este amor con resultados del todo macabros en su desenlace, como podemos observar en los mismos versos de este poema narrativo.

            A modo de conclusión, extraemos la idea del amor como superviviente de las tormentas del desamor y de las lluvias tempestuosas del desengaño; un amor tan sólo nutrido de la esperanza y la espera.
 
 

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